sábado, 25 de julio de 2009

Casa nuestra

Nosotros hemos vivido aquí desde el comienzo, o al menos, desde mucho antes de que llegaran ellos. Con esto no quiero decir que nos consideremos los dueños, en absoluto. Tampoco que en el pasado la vida haya sido fácil, pero si, que no obstante que nadie recuerda cómo fue todo durante los primeros días, hoy el desconcierto es ya general. Consecuencia de habitar –gracias a ellos- en un mundo que raya en lo Kafkiano. Aunque no será por mucho tiempo.
Ninguno de los inquilinos de este reducido y efímero planeta vemos con buenos ojos como los “recién llegados” se conducen cual si todo lo que hay hubiera sido dispuesto sólo para ellos.
Cannis los disculpa, yo no. Pero lo cierto es que ella nunca ha podido ver más allá de sus narices, y en su opinión, nosotros les deberíamos de estar infinitamente agradecidos, pues desde su particular perspectiva, ellos nos han venido a proteger del caos. Nada tan absurdo como eso.
En cuanto llegaron comenzaron a destruirlo todo. Primero se comieron nuestros árboles. Con un apetito tal, que en cuestión de unos cuantos ciclos de arco prácticamente ya habían devastado la zona. A otros de ellos comenzó a darles por seguirnos y atacarnos, devorar nuestros jardines y beberse nuestra agua.

Son unos cretinos –le reclamo a Cannis siempre que tocamos el punto- pero ella no parece entender lo que sucede. He estado a punto de creer que los adora.

A una velocidad y torpeza sobrecogedoras, la plaga ha ido extendiendo sus dominios; sin que al parecer exista un mecanismo natural que frene el aparente crecimiento exponencial de sus poblaciones. En un principio, cuando apenas comenzábamos a estudiarlos con la finalidad de descubrir la forma de contrarrestar sus agresiones, creímos que se trataba de una especie anoftálmica, que no obstante presentar fototropismo positivo (era evidente que la mayor parte de su actividad biológica y social se restringía a las horas de luz) era incapaz de percibir las consecuencias de su comportamiento autodestructivo.
Observaciones posteriores, basadas en la etología de la especie y en su biología, nos sugirieron que se trataba de organismos que explotaban alimentos ocasionales. Es decir, que de manera similar a las moscas de la especie Licilia cuprina, y a las larvas de Drosophila melanogaster por todos conocidas; esta plaga crecía explosivamente a partir de una densidad determinada, alimentándose también de cierta cantidad de sustrato y que, en cuanto el alimento disponible escaseara o dejara de ser adecuado para estas sabandijas, las poblaciones de la especie se verían obligadas a abandonar nuestro planeta, so pena de su extinción y tendrían que ir en busca de otro nuevo sustrato. El que, de acuerdo con nuestros estudios y predicciones no encontrarían, al menos, en toda la secuencia principal.
A consecuencia de lo anterior, por entonces se les consideró organismos cuyos mecanismos de competencia, a diferencia de los nuestros, se basaba en la estrategia de “reparto” y no en la de “lucha”, tal como señalan nuestros ecólogos de poblaciones.
Sin embargo, la idea tornaba desalentador todo el asunto, ya que la hipótesis sugería que las sabandijas habían seleccionado como sustrato, ni más ni menos, que nuestro frágil y diminuto sistema, y que ha ese paso, en poco acabarían con todo cuanto había; ya que aunado a su amplio espectro trófico, estaba el hecho de que lo que no consumían, ya fuera directa o indirectamente, acababan por impactarlo y destruirlo con la misma eficiencia.

Aquellos fueron tiempos sumamente difíciles. Caracterizados por el sintomático surgimiento de sectas religiosas y profetas portadores de la palabra divina. No faltaron por entonces los que, totalmente desconcertados, actuaran como si la hora del Juicio Final hubiera llegado.

Hoy el problema es menos desalentador e inquietante. Gracias al fruto de incansables años de minuciosas observaciones e investigaciones, sabemos que nuestros prepotentes enemigos no son, ni invulnerables ni poderosos como lo habíamos creído. A pesar de sus habilidades y de suponer absurdamente que son ellos quienes dirigen y escriben la historia. Ellos, los “recién llegados”; quienes incluso han llegado al extremo de querer dividir a la historia en el arbitrario, frívolo y simplista esquema de “antes y después de nosotros”. De no ser porque en verdad son una plaga, dirían que me dan risa, pues si pudiéramos hacer a un lado todo el daño que causan, la cosa no sería para menos.
Ellos, si claro. Seguirán devastándolo todo, disponiendo de las cosas de acuerdo con su habitual narcisismo. Persistirán en suponer que han descubierto lo que nadie antes en este planeta. Seguirán creyendo que son ellos quienes le dan nombre a las cosas: rebautizando y reetiquetándolo todo. Poseyendo y dominándolo todo y mientas tanto, nosotros seguiremos aquí y desde nuestro refugio veremos como se comen los unos a los otros, cómo se persiguen y se matan, se arrojan bombas y letales gases.

Ahora sabemos que todo es cuestión de esperar. Con el tiempo, cualquier indicio de su presencia en esta casa nuestra no será mayor que el que nos legaron los amonites, los brontozoarios o los archeoptherys. Entonces abriremos nuestro libro, tal y como lo hemos venido haciendo desde hace más de cuatro mil millones de años y con letra pequeñita escribiremos: …y también existieron unas sabandijas prepotentes, las que en su efímera existencia se autonombraron así mismas con el peculiar calificativo de Homo sapiens y tras cerrarlo de nuevo, las cosas volverán a ser como siempre habían sido.